lunes, 18 de septiembre de 2017

La Cuba de las películas


En El techo, su más reciente película, la realizadora Patricia Ramos trató de escapar del pesimismo y la autocompasión que imperan en el cine cubano de los últimos 25 años.

Pero su frágil historia de los jóvenes vendedores de pizzas, a pesar de las disquisiciones moralizantes y pseudofilosóficas en los diálogos, no lo consiguió. Eso sería una tarea digna de Fernando Pérez, pero el más importante de los directores cubanos ni siquiera se lo ha propuesto.

En las películas cubanas, la desesperanza flota sobre calles sucias y paredes agrietadas y necesitadas de pintura, los escombros, la basura, los baches convertidos en charcos de aguas albañales; imponen su cadencia sobre el estruendo del reguetón; asoma su feo rostro entre las tendederas de harapos, las guaguas atestadas y los carros antiguos que envenenan el aire.

Los moradores de ese paisaje, enfrentados a la fatalidad, en una competencia que presienten perdida de antemano, vocean, gesticulan, se maltratan y ofenden los unos a los otros. Chabacanos, groseros, inescrupulosos, expresan sentimientos y concepciones que resultan bastante desagradables de tan banales y triviales. Especialmente si quieren demostrar su astucia y exhibirse como triunfadores.

Cuando intentan mantener la dignidad, lo más que hacen es posar cual si fuesen dignos. Para ello, a menudo usan frases rimbombantes y echan mano a citas mal memorizadas y sacadas de contexto, como hacen los jugadores de Dominó, el corto número trece de la serie de Eduardo del Llano sobre Nicanor O'Donell, personaje de ficción. Solo consiguen hacer el ridículo, subrayar el vacío desolador de sus existencias.

En Dominó, un grupo de jugadores, entre tragos de ron peleón, golpes en la mesa, gritos y palabrotas, discuten sobre el rumor que han escuchado acerca de que Cuba será comprada en 5 mil millones de dólares por un jeque árabe. Nicanor y sus compañeros de juego están patrióticamente indignados ante esa posibilidad, discuten qué pueden hacer para impedir que ocurra, pero al rato, olvidan el asunto, “se pasan” del tema, y vuelven a enfrascarse en lo que más les interesa en ese momento: librarse de las fichas gordas.

Más que dar risa, preocupa y deprime. Las actitudes de los jugadores de dominó del corto de Eduardo del Llano y, en general, las de la mayoría los de los personajes de las películas hechas en Cuba o sobre Cuba luego de 1989, no difieren mucho de las de una gran parte de los cubanos de la vida real, más preocupados por resolver como puedan sus muchos y más prosaicos problemas inmediatos -los de la subsistencia- que por el destino nacional. Lo cual no impide que cada vez que tengan una oportunidad, siempre que no les traiga problemas, se dediquen a opinar desenfadada y desfachatadamente sobre cualquier tema. Es decir, a hablar mierda.

De tales actitudes se podrá culpar a esa tan mala consejera que es la pobreza, a la desinformación, la manipulación de las emociones y el adoctrinamiento a que hemos estamos sometidos desde la niñez casi tres generaciones de cubanos, al totalizador control social ejercido por el régimen. Pero son pobres consuelos ante tanta apatía e inconsciencia moral.

Una sociedad intelectual y moralmente en decadencia, un pueblo disgregado, embrutecido, resquebrajado, acobardado, prostituido, con aspiraciones y ambiciones tan modestas, de tan corto alcance, tan bajas que no llegan al techo, sino al borde de la viga que sostiene la barbacoa, hacen temer que no haya muchas esperanzas para nuestra nación.

¿De veras alguien cree que así como vamos podremos conseguir un día ser un país serio, civilizado, moderno y democrático? Quiero creer que esa Cuba de las películas no es la real.

No puede serlo. Aunque muchísimos de nuestros compatriotas se vean reflejados en los personajes de la pantalla e identifiquen con las suyas sus pedestres metas y aspiraciones. Ojalá sean más, muchísimos más, los que tengan un techo más alto para sus sueños. Y no precisamente bajo el cielo de otro país.

Luis Cino Álvarez
Cubanet, 20 de julio de 2017.


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